Siguiendo por correo electrónico mi conversación con la Dra. Elizabeth Graham, ella me expone con mayor detalle su crítica a la idea del "sacrificio humano" para explicar la ejecución pública de individuos entre los mayas y los aztecas. Entre otras cosas, me indica que sus argumentos se presentan de forma más extensa en un libro suyo de reciente aparición “Los Mayas Cristianos y Sus Iglesias en el Siglo XVI en Belice”.
En el capítulo segundo, me dice, la línea argumental que utiliza es la siguiente: “Explico (usando el maravilloso trabajo de los estudiosos Sergio Quezada y Tsubasa Okoshi, así como Simon Martin y Nikolai Grube sobre las ciudades-estado) que los territorios [mayas] no estaban 'delimitados'. La riqueza era acumulada a través del acceso al tributo, no al territorio. Las guerras se peleaban (como en todo el mundo) de forma que la gente pudiera incrementar su riqueza y su poder. Pero la forma de apropiarse de la riqueza (mi teoría) era que las élites tenían que capturar a otras élites en combate, y cuando alguien era capturado, el cautivo perdía por lo tanto sus derechos al tributo en favor de su captor. Probablemente había muchas negociaciones, y en la mayoría de los casos, las personas no eran ejecutadas. Pero cuando sí eran ejecutadas (los registros nos dicen que en los templos), ésta era una CONTINUACIÓN DE LA GUERRA y así es como se justificaba entre los mayas y entre los aztecas. Los hombres no morían en el fragor de la pelea en el campo de batalla. Esa es una convención europea. Los hombres que eran capturados morían después al ser ejecutados en algún lugar de la comunidad maya, posiblemente un templo o un lugar sagrado. La información contenida en las estelas indica que su muerte era por decapitación (una práctica muy inglesa también). No existen palabras en los idiomas mayas o en el náhuatl para “sacrificio” o “sacrificio humano”. Por lo tanto, el concepto no existía. Los hombres eran ejecutados y la razón principal era la guerra. […]” (En el párrafo anterior, así como en los que siguen a continuación, las mayúsculas, negritas, cursivas y subrayados son míos).
En efecto, en los textos epigráficos mayas los términos que se utilizan para describir estos eventos (de acuerdo con estudiosos como David Stuart) son: decapitar (ch’ak baah) y arrojar (yal). Éste último verbo supuestamente describe la acción que se efectuaba con las cabezas de los ejecutados, las cuáles eran despeñadas desde arriba de los templos sobre las escalinatas. De ninguno de estos verbos se puede inferir directamente que estas acciones tengan relación con una supuesta “ofrenda a los dioses”.
A un comentario mío sobre el hecho de que estas ejecuciones tendrían, de todas formas, que verse como formas rituales muy elaboradas, ella me responde: “Utilizas la expresión “altamente ritualizados” pero yo pienso que, de hecho, lo “ritual” depende del cristal con que se mire. Estamos tan acostumbrados a las formas occidentales de combate, que les atribuimos un carácter práctico más que ritual – pero la guerra es una forma ritual en todas partes. La guerra es una forma de matar socialmente aceptada, y la matanza puede ocurrir donde sea. Lo más extraño es que aceptamos la muerte en una guerra como algo legítimo. En cierta forma, el concepto de “guerra” en sí mismo es lo que representa el ritual. Estamos tan habituados a él, que no lo analizamos de esta manera.”
Ejecución de T. Armstrong (detalle) |
En otro artículo escrito por esta misma investigadora acerca del “sacrificio humano” entre los aztecas, presenta de nuevo su crítica al hecho de que se le otorgue un excesivo sentido religioso a estas prácticas y nos dice: “[T]oda sociedad explica las guerras, de una forma u otra, invocando a Dios, o a algún concepto abstracto como la verdad o la justicia, aún cuando la guerra implique una ganancia económica, la cual casi siempre se logra. La guerra en Irak fue justificada por los estadounidenses como una lucha contra el Eje del Mal. Las guerras coloniales inglesas se lucharon en nombre de Dios y de la reina. Pero, ¿qué fue lo que se ganó con estas guerras? Recursos como el oro, riqueza y poder.”
A la idea de Dios, la verdad, o la justicia, podríamos agregar la de “la soberanía absoluta del monarca”, y con estos lentes voltear hacia las ejecuciones relacionadas con “alta traición” en Europa. De nuevo, el ejemplo más gráfico nos lo da el Reino Unido en la imagen de la ejecución de Thomas Armstrong en 1684, acusado de intentar asesinar a Carlos II de Inglaterra y su hermano, también por “motivos religiosos” (ver detalle arriba, cortesía de Wikipedia).
Para cerrar esta reflexión, es de esperarse que esta re-interpretación del “sacrificio humano” generará polémica, así como un fuerte debate, entre arqueólogos, epigrafistas y mayistas, en general. Por mi parte, espero pronto tener la oportunidad de leer el libro de Elizabeth Graham, y así formarme una opinión sobre la solidez de sus argumentos.
Sin embargo, lo que me parece importante de este nuevo enfoque es que nos puede ayudar a entender a los mayas y a los aztecas de una manera distinta. Ya no como los supersticiosos salvajes obsesionados con la satisfacción de las caprichosas demandas de sus dioses, sino como sociedades políticas organizadas a partir de la lógica de conquista y expansión igual que cualquier otra civilización en el mundo, incluyendo desde luego a las muy cristianas y pías monarquías europeas.
Decapitación, Chichén Itzá. Dibujo de L. Schele; cortesía FAMSI |
Decapitación de Carlos I de Inglaterra, 1649 (detalle) |
Arqueólogos e historiadores nos han enseñado a ver a los mayas y a los aztecas como civilizaciones de grandes logros, pero también de gran violencia. El prejuicio eurocéntrico, sin embargo, nos presenta a estos pueblos como civilizaciones decadentes, incapaces de superar el inferior estadio ideológico del “sacrificio humano” por motivos religiosos. Lo que la Dra. Graham nos propone es mirar estos ritos con ojos desprejuiciados y entenderlos por lo que tienen en común con el ritualismo militar de otros pueblos y naciones del mundo, tanto los de la antiguedad como los de la era moderna. Y así verlos como lo que probablemente son: ejecuciones públicas de los enemigos y rivales del “soberano”; propaganda militarista que se justifica en base a una interpretación “religiosa”, “filosófica”, a final de cuentas profundamente política, que propaga la ideología del poder imbatible del linaje, o la clase gobernante. En este sentido, nótese como las escenas de decapitación maya e inglesa, de las imágenes anteriores, parecieran ilustraciones de “ceremonias” fundamentalmente idénticas.
Visto de esa manera pareciera que pocas “civilizaciones” en el mundo han superado la “etapa primitiva” del “sacrificio humano” (ciertamente, en el Reino Unido, la sanguinaria costumbre de “colgar, eviscerar y descuartizar” a los culpables de “alta traición” solamente se volvió obsoleta hacia 1870, y formalmente se abolió unicamente hasta 1998), a pesar de los discursos en boga que hablan de “guerras humanitarias”, “bombardeos inteligentes”, o “ejecuciones selectivas”.