Aunque son varios los mitos que continúan prevaleciendo alrededor de la conquista y colonización de México y Yucatán, en este artículo (y otro que publicaré después) únicamente me referiré a dos de ellos: el mito de que homenajear a los “conquistadores” es un acto neutro que simplemente reconoce un hecho histórico lejano que nada tiene que ver con la situación contemporánea, y el mito de que solamente los europeos participaron en la “fundación” de las ciudades del “Nuevo Mundo”.
Respecto al primer mito, el monumento a los Montejo rinde tributo a dos personas que, en el siglo XVI, encabezaron a un numeroso grupo de forajidos y aventureros en su empresa de “pacificación” de América; y quienes a su llegada impusieron una forma de sociedad en la que la posición que ocupaban los grupos y las personas en ella estaba basada en la pureza de “sangre” (europea, se entiende) que corriera por sus venas (ya que en ese tiempo el concepto “raza” no había alcanzado el auge que tuvo en el siglo XIX como fundamento para la discriminación). Las categorías creadas dentro de este sistema se conocen como “castas”, y en la cumbre de la pirámide social estaban los españoles "puros", muchos de ellos descendientes directos de los conquistadores. La idea de las “castas” y de la pureza de “sangre” eran las bases ideológicas que justificaban la explotación, el maltrato y el abuso al que los nativos de América fueron sujetos durante el periodo colonial.
Para que no quede duda de que la violencia fue la forma en que los Montejo llevaron a cabo esta tarea “civilizadora” en Yucatán, éstos consagraron en piedra el principio de la superioridad europea en el pórtico de la que se conoce como “Casa de Montejo” (ver foto, cortesía de Wikimedia Commons). La imagen, que habla más que mil palabras, refleja la brutalidad con la que los “conquistadores” concibieron su tarea en Yucatán: la imagen desproporcionada del soldado español (presuntamente alguno de los Montejo) se yergue dominante y amenazadora sobre las diminutas cabezas sin cuerpo de los nativos sojuzgados, quienes gesticulan presuntamente de dolor (que no de alegría) al recibir la “preciada herencia cultural de sangre (sic), lengua y religión” que los “conquistadores” candorosamente les traían.
Esta imagen no fue sólo apropiada por los “conquistadores” españoles de aquél siglo, sino que su “encanto” ha cautivado a yucatecos de pensamiento hispanista y elitista hasta bien entrado el siglo XX. Los yucatecos hispanistas, los “sin complejos”, los que nos imponen con su monumento una versión unilateral y monocultural de la historia regional están representados aquí por el difunto historiador yucateco Jorge Rubio Mañé que sin tapujos describía este brutal frontispicio en los siguientes términos:
“Un hermoso pórtico con figuras alegóricas a la epopeya de la conquista se yergue majestuoso a la vera del clásico zaguán que diera entrada al solar de los fundadores de la ciudad. Allí está desdeñando el tránsito de las centurias y los tráfagos modernos. Allí está señalando la cuna de la sociedad yucateca.” Los Primeros Vecinos de la Ciudad de Mérida de Yucatán, 1943, pp. 25.
La palabra clave aquí es, desde luego, “desdeñando”.
La Mérida de los Montejo fue concebida como centro y símbolo de dominación colonial de los pueblos mayas. De ahí es que aparentemente se deriva su más famoso apelativo: “ciudad blanca”, de acuerdo con el investigador francés, avecindado en Yucatán, Michel Antochiw, en la obra “Yucatán en el tiempo”. “Ciudad blanca” hace referencia al deseo de los primeros “avecindados” de que Mérida fuera una ciudad exclusiva de “los blancos”, un bastión inexpugnable para protegerse de “los indios”, aspiración que tuvieron que abandonar con el tiempo ya que –como expondremos en el siguiente artículo – la existencia de Mérida sería imposible sin los mayas y otros grupos culturales.
Vistas las cosas desde este par de datos históricos (y guardadas las debidas proporciones), pedirles a los descendientes de los pueblos que fueron sujetos a esta violencia y exclusión que no seamos “acomplejados” o, – como paternalistamente lo ha sugerido el cronista Peón Ancona– que abandonemos nuestro “complejo de malixes” (corrientes, "sin casta"), equivale a pedirles a los afroamericanos que olviden la violenta historia que hizo esclavos a sus antepasados, o pedirles a los judíos que ignoren el papel de los ideólogos nazis en relación con el Holocausto que sufrieron durante la Segunda Guerra Mundial.
Desde luego, el cronista Peón Ancona no se considera una persona "acomplejada" ya que claramente su campaña personal por la erección de este monumento se entiende más que nada como un “auto-homenaje” familiar, especialmente cuando transluce el hecho de que él mismo – por virtud de uno de sus apellidos – se considera descendiente directo de estos “conquistadores”.
Esta “celebración” parcial, personal y acrítica de la historia regional sería un simple chascarrillo si no fuera porque las bases ideológicas y culturales de la exclusión y subordinación de los pueblos indígenas que sentaron los “fundadores” de Mérida ha definido y continúa definiendo la forma en que se desarrollan las relaciones entre los distintos grupos sociales que habitan hoy el Estado y la Península.
En los cinco siglos que han seguido a la llegada de los europeos, baste mencionar como datos históricos, la explotación a la que fueron sujetos los pueblos y, particularmente, las mujeres mayas durante la Colonia (el historiador yucateco Sergio Quezada, por ejemplo, reporta que las tejedoras de mantas de algodón –que formaba parte del tributo que los pueblos mayas debían entregar a la administración colonial– literalmente morían sobre sus telares extenuadas por el cansancio), la usurpación de las tierras comunes de los mayas orientales que –aunada a muchos otros factores– desencadenó la violentísima y tristemente célebre “Guerra de Castas” en el siglo XIX, y por último la semi-esclavitud a la que fueron sujetos miles de trabajadores mayas en las haciendas henequeneras a finales del siglo XIX y principios del XX (y que en muchas comunidades mayas aún se recuerda como “u k’iinil esclavitud” –el tiempo de la esclavitud).
La continuidad histórica de esta relación desigual y violenta entre los que se han visto y siguen viéndose como descendientes de los “españoles” y los “mayas” (a pesar del supuestamente hegemónico discurso del “mestizaje”) desmiente la “ingenua” proposición de que "los hechos de la conquista" son cosa del pasado y que quienes insistimos en apuntar a su relación con el presente debemos superar nuestros "complejos histórico-sociales".
La insultante condescendencia de esta afirmación insiste en ubicar la discriminación en el imaginario del discriminado. Desafortunadamente, una exploración crítica del presente nos demuestra que el desprecio y el racismo existen más allá de las mentes de los “colonizados” como demuestran las expresiones de discriminación documentados por Alicia Castellanos (ver en especial la viñeta “Los mayas según las señoras de Mérida” o las siguientes gráficas tomadas de la primera encuesta nacional sobre discriminación publicada por el CONAPRED en 2005.
Grafica 1.
Porcentaje de personas que están de acuerdo con la idea de que los indígenas tendrán siempre una limitación social por sus características raciales: 42.9%
Grafica 2.
En el caso yucateco, la discriminación que sufren los mayahablantes (descendientes culturales, que no "raciales" de los mayas del siglo XVI) permea las instituciones de justicia (como lo ha demostrado fehacientemente el equipo Indignación en el caso de don Ricardo Ucán Seca), las instituciones educativas, y las relaciones entre personas que tienen apellidos mayas y las que no, entre otros muchos ejemplos.
Como dice mi paisano ticuleño Ermilo López Balam, el caso de la erección del monumento a los Montejo muestra claramente como, para un reducido grupo de meridanos que observa la historia regional con lentes monoculturalistas y elitistas, “Yucatán sólo es Mérida, el Municipio es sólo la Capital”. Es decir, que se imaginan a Mérida como un lugar sin presencia maya, a pesar de que la mayoría de los habitantes de sus comisarías son mayahablantes.
Pero, como expondré en el siguiente artículo, la historia de Mérida es mucho más diversa y rica que “el legado” que presuntamente nos dejaron los Montejo, y es en la falta de reconocimiento a los demás protagonistas de la historia donde se manifiesta más claramente el sordo y ciego monoculturalismo que prevalece en los círculos de pensamiento hispanista y elitista de Mérida, la de Yucatán. (Continuará)