3 jul 2010

Del "Paseo" monocultural a la ciudad intercultural


En mis anteriores artículos he expuesto la manera en que la erección del monumento a los Montejo en el llamado “remate” de la avenida o Paseo que lleva su nombre perpetúa de manera simbólica la discriminación hacia los mayas de Yucatán, y además consagra una versión histórica distorsionada y monoculturalista acerca de la “fundación” de Mérida, la de Yucatán.


Mercado Jo'-Mérida (CC) Hotel MedioMundo via Flickr.
Hasta aquí he usado el término “monoculturalismo” adaptándolo e interpretándolo en relación con esta situación específica pero sus alcances van más allá de la representación de “héroes”, o la rendición de “homenajes”, como se puede apreciar en esta definición de Rodolfo Stavenhagen. En ella, se aprecia que el monoculturalismo tiene mucho que ver con la dominación colonial, como he venido exponiendo, hasta ahora. A veces, sin embargo, y en respuesta a la forma grosera, burda e insultante como se nos impone este monoculturalismo colonialista se tiende a dar respuesta a éste con una postura que podría ser interpretada también como monoculturalista.
Creo que así fue como los gobiernos pos-revolucionarios y anti-“casta divina” de los años 30’s reaccionaron en su momento cuando decidieron cambiar el nombre al Paseo y llamarlo “Nachi Cocom”. El monoculturalismo hispanista nos cuenta que se trató de una imposición del monoculturalismo indigenista, imposición a la que “la auténtica ciudadanía meridana” reaccionó de manera clandestina y violenta, un hecho que sin empacho festeja el cronista Peón Ancona. Su crítica a esta imposición no le ha impedido, a su manera y en sus tiempos, promover también la imposición de una versión parcial y selectiva de la historia peninsular que pretende homenajear a los Montejo como los únicos e indiscutibles “fundadores” de Mérida.

Aquí hay que abundar en otras tergiversaciones que torpemente enarbola el cronista Peón para justificar esta imposición. Nos dice, por una parte, que se trata de pagar la deuda histórica que se tenía con los hacendados henequeneros que patrocinaron la construcción del Paseo, y que siempre quisieron ver construido el monumento a los Montejo. Se trata de “cumplir” una promesa de más de 100 años que hiciera el gobernador de la dictadura porfirista Guillermo Palomino. Este anacronismo reta cualquier esfuerzo de lógica política e histórica. Es como si las promesas hechas por los subalternos de los dictadores Franco, Batista, Somoza, Stalin, Ceaucescu, y tantos otros que han sido desplazados del poder por movimientos revolucionarios y democráticos, tuvieran súbitamente que cumplirse al pie de la letra.


Y si se tenía una “deuda histórica” que pagar a los hacendados que financiaron económicamente el Paseo, ¿qué hay de la deuda a los peones y sirvientes semi-esclavos de las haciendas, que fueron los que produjeron la riqueza con la que se pagó el Paseo? Recientemente, descendientes de esclavos en EE.UU. han demandado a las compañías cuyos recursos provienen de la venta y explotación de sus antepasados en el siglo XIX. Si la “deuda histórica” con los hacendados puede “cobrarse” con un monumento, ¿cómo la cobraremos los descendientes de los peones de las haciendas?
Otra de las justificaciones ilógicas (y por falsa, mal intencionada) que nos quiere vender el cronista es que “las naciones cultas y maduras” han erigido estatuas a sus conquistadores. Y cita los ejemplos de España, Francia, Inglaterra y Alemania. (El ejemplo que expone acerca de Alejandría, en Egipto, es no sólo anacrónico sino irrelevante para su propio argumento ya que esta ciudad ha sido conquistada innumerables veces después de Alejandro Magno, por los romanos, los persas, los franceses, y finalmente por los árabes que ahora la llaman Iskandariyya). Acerca de Alemania, no puedo aportar ningún dato. No conozco ningún monumento en Londres que conmemore o rinda homenaje a Septimio Severo, el "conquistador" de Britannia; la única estatua romana de un emperador que haya visto es la de Trajano que está cerca de la llamada “muralla de Londres” a ras del suelo y escondida en uno de los más recónditos pasajes de la estación del metro Tower Hill. París debe su nombre, no a los “conquistadores” romanos, sino a la tribu “indígena” gala de los Parisii. No conozco ninguna estatua dedicada a los conquistadores romanos de Francia en París, más que las que están en el museo de Louvre. Y por lo que respecta a España y los llamados "moros", estoy aún a la espera de que alguien me diga en dónde se localizan las estatuas dedicadas a Musa ibn Nusair, Táriq ibn Ziyad y Abd al-Aziz ibn Musa, las figuras más destacadas de la “invasión” y colonización musulmana de España. Esta justificación mentirosa de Peón es además insultante, ya que implica que si los mexicanos no erigimos monumentos a nuestros "conquistadores", esto quiere decir que no somos “cultos” ni “maduros”.
Otra de las endebles justificaciones para la erección de las estatuas montejanas es que era una contradicción que el Paseo careciera de un “debido homenaje” a quienes “le han dado nombre”. Bajo esa lógica también debiéramos erigir un monumento a Fidel Velázquez en la avenida que lleva su nombre. Sin embargo, y como reacción a las críticas que se han hecho, ahora los promotores de las estatuas nos dicen (como si se tratara de un juego de niños): “yo ya puse mi estatua, ahora pon tú la tuya”. Esto nos regresa al viejo juego de vencidas: a ver quién puede más, Montejo o Nachi Cocom.
Aquí se muestra, una vez más, la falta de “madurez histórica” del monoculturalismo hispanista que estriba en no saber (o más bien en no querer) reconocer la compleja, rica sí, pero a la vez dolorosa y festiva, explosiva y negociadora, conflictiva y adaptativa historia de nuestra región. Una historia que se revela al analizarla sin tener los lentes monoculturalistas puestos.

El riesgo, me parece, es responder al monoculturalismo hispanista con otro monoculturalismo indigenista, y dejar pasar así la oportunidad de replantear, de verdad revolucionar, nuestra manera de entender nuestra rica historia e identidad como yucatecos y yucatecas. La historia de Mérida-Tihó nos muestra que a pesar de ser imaginada como bastión del poder colonial europeo, desde muy temprano fue también una ciudad indígena y con el tiempo albergaría a una gran diversidad de grupos culturales. No sólo “los mayas” se volvieron habitantes de la “ciudad blanca” sino también otros indígenas del centro de México y los esclavos traídos de África. Con el tiempo, Mérida-Tihó (y el estado de Yucatán en su conjunto) se ha convertido en hogar y refugio de infinidad de comunidades y grupos culturales quienes han impactado y definido la vida política, artística y cultural de la región. Ahí están, por ejemplo, los yaquis, los coreanos, los chinos, los catalanes, los cubanos, los libaneses, y más recientemente, los llamados “huaches” y los estadounidenses.
Por lo tanto, mi propuesta es alejarnos de las narrativas monoculturalistas y avanzar juntos hacia una visión de Mérida-Tihó como ciudad intercultural. Esto no significa dejar de reconocer y denunciar que la contribución, la cultura, la lengua y los derechos políticos y sociales de los mayas en la capital (y en todo el Estado de Yucatán) siguen siendo sistemáticamente negados, invisibilizados, y conculcados en los albores del siglo XXI, como ya lo ha documentado el equipo Indignación.
En efecto, si bien es cierto que Mérida-Tihó es un espacio urbano multicultural, también lo es que cerca del 42.8% de su población era lingüística y culturalmente maya en 2000, de acuerdo con estimaciones de CONAPO. Esta presencia maya es, sin embargo, ignorada en el frenético transcurrir de la vida económica, política y cultural de la ciudad, como reconocía en 2005 el Dr. Luis Ramírez Carrillo al afirmar:
“Somos pues, una sociedad y una ciudad bicultural y bilingüe, aunque vivimos como si fuéramos una sola cultura. Y ocultamos las raíces mayas o las disfrazamos para el turismo, así como los problemas sociales de los mayas urbanos.”
Aquí insistiré, una vez más, en que esto se debe a la forma en que hemos leído y decidido representar la historia de Mérida-Tihó. Por lo tanto, (a pesar de no ser yo mismo aj Jo’, o “meridano”) me atrevo a sugerir que tomemos lo del monumento monoculturalista montejano como una oportunidad para:
a)      Iniciar una campaña de difusión, discusión y análisis de la historia de la ciudad. Pero de la historia que hacen los historiadores y los arqueólogos, la que se hace de manera científica, acudiendo a las fuentes originales, e incorporando críticamente al relato histórico TODAS las voces de TODOS los protagonistas de la historia.
b)      Que esta campaña sirva como base para iniciar una acción colectiva que demande el cambio del nombre del Paseo, de "Paseo de Montejo" a "Paseo de la Ciudad", o a "Paseo de Mérida-Tihó", o a "Paseo de Todas Las Meridanas y Todos Los Meridanos".
c)       Que el cambio de nombre también implique un rediseño de la monumentalidad del Paseo, que incorpore críticamente la riqueza, diversidad y complejidad de la historia de la ciudad, desde sus inicios en el siglo III a.C., pasando por su esplendor como Ichcaansihó en el siglo VII d.C., su etapa como Tihó en el periodo anterior a la llegada de los españoles, su reorganización como Mérida-Tihó, hasta llegar a la ciudad afrancesada del siglo XIX y la ciudad multicultural de nuestros días.
d)      Que la campaña también integre un componente que documente la discriminación, el racismo y las injusticias a las que son sometidos otros grupos sociales y culturales, como los mayas, los jóvenes urbanos, los homosexuales, los de religiones no cristianas (como los budistas), a quienes se les persigue, estigmatiza y discrimina en Mérida-Tihó.
Yo no soy aj Jo’ (meridano) sino como decía mi abuelo Justino un chan aj Kuuli’ (ticuleño) pero dada la gran influencia que los modos de vida e ideologías de esta provinciana metrópoli tienen sobre el resto de Yucatán, me atrevo a pensar que reconociendo la contribución multi- e intercultural de los distintos grupos que han hecho de Mérida-Tihó la gran ciudad que es, un mensaje muy importante se estaría dando a los otros enclaves de monoculturalismo, discriminación y racismo que existen en el resto del Estado, como Valladolid, Tekax, Tixméhuac, entre otros muchos que conozco personalmente.
Sin nombre (CC) Carl Shutoff via Flickr.
A pesar de identificarme principalmente con mi herencia cultural maya campesina (que es en la que me crié), soy consciente y me siento orgulloso de todas mis “herencias”: amerindia, europea, africana y asiática (las cuáles puedo identificar en los rasgos físicos y las historias de mis abuelos y bisabuelos).
Para concluir me gustaría pensar que hay un consenso básico entre varios de los actores sociales y políticos de la ciudad sobre la necesidad de generar un espacio urbano respetuoso de la diversidad y diferencias culturales de sus habitantes. En un reciente intento de unificar los esfuerzos de los distintos sectores sociales y productivos que conforman Mérida-Tihó, se formó una Fundación denominada Plan Estratégico de Mérida A.C. Dicha asociación generó a mediados de la década un interesantísimo documento denominado “Carta de los Derechos a la Ciudad de Mérida, la de Yucatán”. Uno de los derechos consagrados en este documento firmado, entre otros por el rector de la UADY, el del Tec, el secretario del FTY, la presidenta de la CANACO, el presidente de la CANAIRT, el de la Coparmex, entre muchos otros, es el derecho a la Identidad, que en uno de sus párrafos dice:
“El reconocimiento y promoción de la naturaleza pluricultural de la ciudad significa que, con el propósito de fortalecer la cultura de la diversidad y la tolerancia en el marco de la unidad, la acción de la autoridad y de sus instituciones debe realizarse sin hacer distinciones, ya que el desarrollo de la ciudad debe sustentarse en la pluralidad, entendida como convivencia pacífica, productiva, respetuosa y equitativa de lo diverso.” (énfasis mío)
Ojalá llegue el día en que todos los yucatecos y todas las yucatecas podamos apreciar y nos sintamos apreciados por nuestra contribución a la rica historia y diversidad cultural de la región. Ojalá la discriminación étnica, lingüística y cultural, que justifican la erección de estos monumentos al monoculturalismo sea algún día cosa del pasado.

1 jul 2010

Mitos y monumentos del monoculturalismo en Yucatán (2da. parte)

A la crítica lanzada por un amplio sector de la sociedad yucateca a la erección del monumento a los Montejo, por haber sido quienes (entre otras cosas) iniciaron la práctica de discriminación hacia los indígenas en Yucatán, algunas personas han respondido que lo que justifica este monumento es que se trata de honrar a los Montejo en tanto que “fundadores” de la ciudad de Mérida. La intención, se ha dicho, es sólo rendir tributo a quienes "dieron origen” a este asentamiento, futura capital de Yucatán. Estos “conquistadores”, se afirma, quizás fueron crueles y violentos, pero igual lo fueron “los mayas”. Se llama a reconocer que a pesar de lo violenta que fue la “conquista de los mayas” ésta fue, al mismo tiempo, “una epopeya” en la que "un puñado" de españoles se enfrentaron y “dominaron” a los “mayas hostiles” que se oponían a la creación de “la ciudad”.

Sin embargo, esta versión de la “fundación” de Mérida no es sino otro de los grandes mitos del monoculturalismo yucatanense, el mito de que debemos SOLAMENTE a los europeos la existencia de esta ciudad. Este mito corre paralelo al de que fueron los españoles los que conquistaron México, y que investigadores como el historiador mexicano Federico Naverrete han cuestionado mostrando cómo, en relación al centro y norte de México, fueron mayoritariamente indígenas los que realizaron la conquista.

Imagen tomada de Ligorred (2005).
T'Hó. La Mérida Ancestral.
En el caso de Yucatán, no fueron los Montejo los que dieron origen al asentamiento que luego se conocería como Mérida. Cientos de años antes, en estas mismas lajas, existió Ichcaansihó, la ciudad de los “nacidos de la faz del cielo, o de la serpiente”. Esta ciudad maya formaba un complejo sistema urbano (al que se integraban otros sitios como Xoclán, Dzoyilá, ChenHó, Dzibilchaltún y Kanasín) que competía en dimensiones e importancia con Izamal, Uxmal y Chichén Itzá, de acuerdo con el arqueólogo catalán, avecindado en Mérida, Joseph Ligorred Perramón. Desde hace más de una década el equipo de investigadores que lidera “Pepe Ligorred” en el Ayuntamiento de Mérida (y del que forman parte mis entrañables amigos y compadres Esteban De Vicente Chab y Nereyda Quiñones Loría) ha ido develando con cada vez más precisión las dimensiones y estructura que tenía la antigua Ichcaansihó, a la que ellos llaman la “Mérida ancestral”, y cuya etapa de mayor esplendor pudo haberse registrado en el siglo VIII. Cuando el parte armado de "El Mozo" llegó a estas lajas, la compleja organización social y política que regía sobre la zona, había aparentemente desaparecido (aunque nueva evidencia demuestra que no fue así como veremos más tarde). Sin embargo, de acuerdo a algunas crónicas, aproximadamente 1,000 personas vivían aún entre los edificios en ruinas de lo que alguna vez fue Ichcaansihó. Las primeras crónicas mayas de la época colonial se refieren a este asentamiento como Noh Cah Ti Hoo (el Gran Pueblo, o Ciudad de Tihó).

Tihó (también escrito T’Hó, T-Hó, y en el alfabeto maya moderno Ti Jo’) significa en maya “el lugar de los cinco”. Una de las interpretaciones que se le ha dado al nombre es que éste se refiere a cinco pirámides o templos que aún se mantenían en pie. Pero como veremos más adelante, historiadores contemporáneos con un serio trabajo de archivo y análisis de las fuentes (entre los que se cuentan Sergio Quezada, Matthew Restall y Tsubasa Okoshi) han cuestionado esta interpretación y ofrecido una nueva manera de entender la continuidad cultural e histórica del lugar que se conoce también como Mérida.

Cuando “El Adelantado”, “El Mozo” y sus huestes llegaron a Tihó llevaban ya más de 15 años tratando de “conquistar” la región a la que habían puesto por nombre “Yucatán”. Creyendo que la conquista iba a ser aquí tan rápida como la de Tenochtitlán y el centro de México, “El Adelantado” decidió crear, muy al principio, una “ciudad” que rindiera homenaje a su pueblo natal, Salamanca. Así que, recién desembarcado en 1527 en la costa oriente de la Península, funda Salamanca de Xel-há. Este poblado no duró más de un año debido a la hostilidad de los mayas orientales y las (para los europeos) inadecuadas condiciones de vida que el lugar les ofrecía. Los intentos de “rendir homenaje” a la ciudad natal del “Adelantado” fracasarían una y otra vez en los enclaves de Salamanca de Xaman-há (1528) – hoy Playa del Carmen –, Salamanca de Xicalango (1529), Salamanca de Acalán (1530), y Salamanca de Campeche (1531). Fracasados también fueron los intentos de fundar Villa Real de Chetumal (1531), Ciudad Real de Chichén Itzá (1533), y Dzilam (1534).

¿Cómo fue, entonces, que en su tercer intento por conquistar Yucatán lograron los Montejo finalmente “fundar” la ciudad de Mérida? La respuesta nos la ofrece parcialmente el historiador yucateco Sergio Quezada en su libro “Los pies de la república”. Él nos dice que en 1540, Montejo El Mozo desembarcó en Champotón procedente de Tabasco, y después de “fundar” San Francisco de Campeche:
“Los conquistadores continuaron su avance hacia el norte (...). Allá se enteraron de que Ah Kin Chuy, sacerdote del pueblo de Pebá, predicaba la guerra de exterminio contra los españoles, y estaba formando una coalición con Nachí Cocom, el halach uinic de Sotuta. El sobrino del adelantado, advertido por los mayas aliados, se adelantó al ataque y capturó al sacerdote. Este éxito militar alentó a los mayas amigos para continuar abasteciendo de víveres a los españoles; se sumaron a los que El Adelantado envió a su hijo, e hicieron posible que éste, a mediados de 1541 y con unos 300 soldados, avanzara hasta Tihó, en donde fundó la ciudad de Mérida el 6 de enero de 1542. Allí nombró el primer cabildo y repartió los pueblos en encomienda. (subrayados míos; p. 70)”
La ayuda prestada por ciertos “linajes” mayas a los españoles no es algo recién descubierto. Varios historiadores yucatecos antes de Quezada, ya habían reportado estos acercamientos. Para que no se diga que sólo nos basamos en una versión de la historia peninsular, citamos aquí de nuevo al historiador hispanista Jorge Rubio Mañé. Él nos cuenta que durante todo el año 1541 los Montejo avanzaron penosamente hacia el norte. Y que fueron los Xiu de Maní, a quienes él llama “los tlaxcaltecas de Yucatán” quienes se acercaron a ofrecerle su apoyo a los españoles. Fue así que éstos llegaron a Tihó donde decidieron establecer una vez más un poblado español al que, en lugar de llamar Salamanca, llamaron Mérida, ya que los templos que se conservaban les recordaron los vestigios de la antigua ciudad romana que es hoy capital de Extremadura, en España. Pero la ayuda de los Xiu no se limitó únicamente a facilitarles la llegada a los Montejo. Al respecto nos sigue contando Rubio Mañé:
“Sucedió que el 10 de junio de 1542, cuando aún contaba Mérida cinco meses de edad, fue sitiada por un numeroso ejército, inmenso, compuesto de las tribus más valerosas de la raza maya, los Cupules y Cochuahes del Oriente, comandados por el fiero y altivo cacique de Sotuta, Nachi Cocom. Venían con la intención de acabar con todo ser humano que no fuera de su raza. La lucha fue tremenda. En ambos lados se hizo derroche de heroísmo. Tutul Xiu con su gente de Maní, fiel a los españoles, había venido en auxilio de Montejo y para exterminar a su odiado enemigo, el señor de Sotuta, Nachi Cocom.(…) El resultado de la batalla fue desastroso para los sitiadores. Montejo obtuvo a grandes esfuerzos el triunfo y el hecho consolidó ya finalmente el dominio de los españoles sobre los mayas.” (énfasis agregado; 1943, pp. 11-12)
Como se observa, ambas interpretaciones históricas dejan bien claro no sólo que los mayas permitieron que los Montejo llegaran y se establecieran en Tihó, sino además, que les proveyeron alimentos y apoyo militar para que pudieran sobrevivir en este asentamiento. Es decir, sin los mayas aliados Mérida, la de Yucatán, no existiría.

¿Pero, quienes eran estos mayas aliados? ¿Por qué se habían hecho “amigos” de los españoles? ¿Y qué tan importante fue su papel en la “fundación” de Mérida?

Los Xiu no fueron los únicos “aliados” de los españoles. También lo fueron los Cheles de Dzilam y los Peches de Chicxulub quienes gobernaban amplias zonas de la región centro-norte de Yucatán (ver mapa). Las razones por las cuáles los Xiu, los Cheles y los Peches vieron en los Montejo, aliados confiables y leales, aún se siguen discutiendo (ver trabajos de Clendinnen y Okoshi). Es evidente, que entre los distintos “señoríos” o cuuchcabalob mayas (es decir, las comarcas político-territoriales entre las que se dividía el territorio peninsular) había rencillas y odios políticos añejos. Y que fue esta división, así como las decisiones (equivocadas, pero que demuestran la posición activa de los nativos respecto a la “conquista”) tomadas por estos linajes gobernantes las que hicieron posible la “colonización” de Yucatán, que como la historia de los siglos siguientes demuestra, nunca fue total. Pero lo que es evidente es que, por si solos los españoles nunca hubieran podido establecer su dominio colonial en la Península.

Un último punto a abordar respecto a la “fundación” de Mérida es el que nos propone Matthew Restall en el libro The Maya World: Yucatec culture and society, 1550-1850. Con base en un minucioso y crítico análisis histórico, Restall nos propone que la unidad social y política básica de los distintos “señoríos” mayas del siglo XVI era el cah, o pueblo, que se refiere no a la idea romántica alemana de "nación" sino a la de "poblado, comunidad". Restall trata de demostrar que las unidades políticas mayas más grandes se organizaban en combinaciones de cahob (plur. de cah) antes de la “conquista”… pero también después. Y es respecto a este punto que lo que él llama “Mérida-Tihó” aparece como uno de los mejores ejemplos de continuidad de la estructura social de los mayas.

Restall nos dice que el sitio de Tihó era ocupado por un complejo de cahob independientes aunque asociados y que en el centro se encontraban las ruinas de Ichcaansihó que aún eran usadas como centro ceremonial. Esta información abre la posibilidad de interpretar Tihó como “el lugar de los Cinco Pueblos”. La substitución del centro ceremonial de Ichcaansihó por la traza española que se nombró Mérida, de acuerdo a los datos que reporta Restall, puede verse como una “cierta continuidad semiótica al tiempo que geográfica de la distribución urbana”. Pero lo más importante que señala es lo siguiente:
“Los cinco cahob de Tihó continuaron funcionando como comunidades mayas, desde sus batabob [mal llamados “caciques”] hasta las estructuras de sus plazas centrales, aunque solamente estaban a unos cuantos pasos de la plaza mayor de Mérida y eran consideradas por los españoles como los barrios de su ciudad” (mi comentario entre corchetes, p. 31)
Estos cinco barrios son los que conocemos como Santiago, Santa Ana, La Mejorada, San Cristóbal y San Sebastián. Para finalizar con el análisis de Restall, me permito citar una vez más las conclusiones a las que llega después de examinar más de 200 actas notariales escritas en maya:
“A pesar de la inevitable intrusión del mundo español en los cahob-barrios, es importante subrayar la sobrevivencia de la organización e identidad del cah hasta el final mismo del periodo colonial” (p. 36)
Cualquiera que conozca la lengua maya y que haya platicado en esta lengua con personas provenientes del interior del Estado sabe que, hasta la fecha, éstas se refieren a Mérida como Tihó, o simplemente como Jo’ (en la nueva ortografía maya). El punto aquí es que Mérida es Tihó, Tihó es Mérida, y ambas son una continuidad de Ichcaansihó, lo que hace de esta ciudad el lugar que ha tenido la ocupación humana más larga que se tenga documentada en la historia de la Península de Yucatán. Mérida, la “ciudad blanca” fue, desde el principio, y sigue siendo una “ciudad maya”.


RESUMIENDO, lo que he querido mostrar con esta larga digresión histórica es que en la justificación que se hace para homenajear a los Montejo como “fundadores” de Mérida se está nuevamente ignorando y manipulando la historia. Se invisibiliza así la contribución de otros grupos y personajes a quienes se debe en buena medida el origen, permanencia e identidad de la capital yucateca. Tihó precede y forma parte de Mérida. Esta ciudad simplemente no existiría sin el apoyo brindado por los Xiu, los Peches y los Cheles a los Montejo. La ciudad no hubiera sobrevivido sin los cahob-barrios que le proveían alimento y mano de obra. ¿Y entonces dónde figuran todos estos actores en el proyecto que pretende conmemorar la "fundación" de la ciudad? ¿Por qué no aparecen al lado (en el mismo nivel y en el mismo pedestal) de los Montejo, Tutul Xiu, Ah Nakuk Pech y Namux Chel?

La respuesta descansa en lo que he venido llamando el monoculturalismo hispanista y que predomina en la interpretación oficial de la historia regional. Y éste está fundado, como traté de demostrar en mi artículo anterior, en la discriminación y el racismo con los que los españoles y quienes se consideran sus descendientes han tratado a los mayas, sin importar que éstos fueran sus aliados circunstanciales. Los Xiu no tardaron en comprobar ésto cuando el obispo Diego de Landa decidió escarmentar a aquellos nobles y sacerdotes que seguían practicando y creyendo en la antigua religión.


Invisibilizar la contribución de los mayas a la formación de Mérida-Tihó es también discriminarlos. El monoculturalismo actúa así al querer reconocer y resaltar SOLAMENTE UNA de las múltiples contribuciones históricas y culturales que definen a los meridanos. ¿Cómo hablar de “fundación” cuando se trata más bien de una nueva etapa, dolorosa, rica, conflictiva y creativa, en la historia de la región? Esto sólo se puede hacer ignorando selectivamente la historia previa y el papel activo (y ciertamente contradictorio, pero actuación al fin y al cabo, y no pasividad) de los mayas a fin de resaltar la superioridad de los europeos. De esta forma, el imaginario monoculturalista se vuelve un imaginario racista, del cual abundan ejemplos en la historiografía peninsular. Como dice el historiador Federico Navarrete:
"Esta respuesta significa que el periodo indígena de nuestra historia murió [...], y que desde entonces México es otra cosa —cristiano, occidental, colonizado, mestizo, moderno, democrático, lo que sea, pero ya nunca más indígena. [...] Esta respuesta es, en suma, la justificación última del poder de las élites occidentales y occidentalizantes en nuestro país."
¿Qué respuesta dar ante este hecho? Me parece que hay muchas posibilidades y que la erección arbitraria (sin consulta previa por parte de las autoridades municipales e impuesta como un “compromiso histórico” sin revisar críticamente la historia regional) del monumento a los Montejo nos brinda la oportunidad de transitar desde una interpretación histórica y un Paseo monoculturales a un Paseo y una nueva actitud interculturales. Este será el título y el tema de mi siguiente artículo.